Los adultos que se van


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LOS ADULTOS QUE SE VAN


Paola Valverde Alier


Hace algunos meses hablábamos con un amigo muy querido acerca de nuestro proceso de adopción y la relación con un hogarcito al que visitamos desde hace mucho tiempo. Entre tantos temas, en la conversación surgió un recuerdo y mi amigo me comentó que durante su infancia tuvo un compañero de clase que pertenecía a un hogar de acogida. Era un niño solitario y de pocas palabras; salía de vez en cuando al recreo a jugar con los otros compañeritos. Un día corrieron mucho y cuando regresaron al salón de clases su sudor era más fuerte de lo habitual, razón por la cual su profesor le pidió que pasara al frente de la clase para decirle, en presencia de los otros niños, que debía usar desodorante. El niño avanzó hacia su pupitre con la mirada caída. Cuenta mi amigo que decidió acercársele para preguntarle si no iba a hacer nada, es decir, buscar a la directora o comentarle a alguien de  “su familia”, porque ciertamente aquello había sido una gran humillación.

No te preocupés, todos los adultos se van. Él también se va a ir fue la respuesta del niño ante aquella interrogante. De todas formas, ¿a quién iba a acudir si todos los adultos de su vida, comenzando por sus progenitores, eran iguales? Todos se habían ido.

Cuando escuché la historia me impactó la frase: todos los adultos se van. No puedo imaginar a un niño de ocho años con ese nivel de claridad, con ese dolor tan hondo, con ese presente tan real. Y es que es cierto, pasó de adulto en adulto, de tías en tías, de hogares en hogares, hasta que probablemente, un día, cumplió la mayoría de edad para convertirse en otro adulto más.

Después de reflexionar pensé en qué clase de persona quiero ser. ¿Soy de esos adultos que se quedan o de esos adultos que se van? ¿Cuántas veces nos detenemos a pensar en el peso de las palabras? ¿O las acciones? Hace mucho fuimos niños y parece que de adultos hemos olvidado la magia.

En mi caso, incluso después de la muerte de mi padre, uno de mis seres más amados, me siento en paz, acompañada, cargadita de confianza. Y todo eso porque la siembra de misi padres fue buena, porque sus palabras y sus acciones fueron amorosas. No basta con quedarnos en la historia del niño del hogar de acogida, pues miles de padres decepcionan día a día a sus pequeños, no les prestan atención, incumplen sus promesas, minan su confianza y autoestima. Hay niños que sienten abandono en su propio hogar. Y ni hablar de los que no son reconocidos por su progenitor desde el embarazo y abandonan a la madre para que ella haga frente a una responsabilidad que debería ser compartida. Si existe una falta grave en el mundo es cuando un adulto se va.   

Luego regresé al pensamiento de los niños del hogarcito, todos menores de cinco años. Niños a los que he visto crecer, en muchos casos desde que eran recién nacidos. Y aunque sé que no estaremos para siempre en sus vidas (porque algún día tendrán una familia que los adopte o un traslado a un hogar de acogida de niños más grandes), nuestra presencia constante en su primera infancia les dará un poquito de fortaleza para afrontar lo que viene. No hay nada más satisfactorio que ver a un niño feliz y la felicidad no se logra con confites, se logra con vínculos afectivos.

Algunas personas me han preguntado cómo hacemos para no salir de ahí destrozados. Y aunque la impotencia es real y muchas veces nos enfrentamos a preguntas difíciles de responder, los adultos somos nosotros y como adultos podemos discernir, abrazar, tragarnos las lágrimas y estar, siempre estar. Porque nada puede darle más seguridad a un niño que saber que tiene un puerto al cual regresar, un hombro sobre el cual llorar.

Mi amigo, mi esposo y yo terminamos ese café pensando en estas cosas. Los tres llegamos a la adopción porque queríamos ser papás, no solo del corazón sino de todo el cuerpo y a tiempo completo. Yo también tuve compañeritos que fueron adoptados, una de ellas fue un caso que me golpeó mucho ya que su progenitor le había vertido gasolina y le había prendido fuego a manera de castigo. Aunque nunca descarté ser madre por la vía biológica, siempre supe que sería madre por medio de la adopción.  Ya mi amigo tiene a sus chiquitos en casa, los cuales llegaron a su vida mediante una adopción internacional. Nosotros seguimos esperando al nuestro.  Estamos listos para convertirnos en adultos que se quedan para siempre, a pesar de los obstáculos o la misma muerte.


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