Camino a Naín
Por: Paola Valverde Alie r Mientras escribo estas palabras, mi hijo juega con sus dinosaurios en la tina. Ya los ha vacunado y les ha lavado los dientes a cada uno. Habla con ellos, se sumerge en el agua y los abraza. Yo lo observo desde la puerta que da al baño, le he puesto música relajante y aceite de lavanda (su favorito para dormir). Hace un mes, en la oficina del hogar donde creció, recibió la gran noticia: Dennis y Paola, es decir, mi esposo y yo, seríamos sus papás para siempre. Nuestro proceso de adopción fue atípico. Nos conocíamos mucho tiempo atrás; - ¿o cómo decirlo? -, vimos el ultrasonido antes de tiempo. Conocí a mi hijo, sin saber que llegaría a serlo, cuando él tenía tres años. Entré al lugar donde vivía y me conecté de inmediato con el juego, las risas, la ternura de todos los niños. Continuamos yendo todas las semanas; nos convertimos en algo parecido a una familia. Además, teníamos la particularidad de que nuestra oficina quedaba a cien metros del hogarcito. Un